Las albóndigas, tan simples y tan ricas

La aventura comienza…

… una noche de diciembre en la que cuatro amigos, y yo mismo, decidimos hacer una ruta por la Sierra madrileña, y acaba, sorprendentemente, comiendo las mejores albóndigas que recuerdo. Pero, por en medio, pasaron demasiadas cosas.

La noche era oscura y un viento moderado nos dio la bienvenida amenazante, pero miramos al frente y emprendimos la marcha con el frontal encendido.

Aún con todo, noche cerrada, viento y frío, estábamos decididos y la noche pintaba muy bien, mientras sentíamos el manto amortiguado de la nieve bajo nuestros pies. La nieve caía copiosa y los pies se nos hundían cada vez más. El camino dejó pronto de existir y nuestra referencia, el río, parecía alejarse por momentos.

Al cabo de un rato, con un viento que nos golpeaba la cara violentamente, llegamos al final de la ascensión, a la cresta de la Maliciosa y, sin parar ni un instante, cogimos el sendero para atacar la Bola de Mundo.

Pero los problemas empezaron…

Mi amigo Diego empezó a pasar mucho, mucho frío y,  cuando me quise dar cuenta, los síntomas de hipotermia habían hecho ya acto de presencia. Unos minutos antes Gustavo había propuesto desandar lo andado y bajar por dónde habíamos venido pero convenimos que no era la mejor opción. Ya no había marcha atrás. Para colmo de males hacía un frío brutal, con mucho viento, teníamos las manos congeladas.

Pero, como dice el refrán, no hay mal que cien años dure y, tras abrigar a Diego y emprender la marcha, vislumbramos la luz intensa de la Bola del Mundo.

Pensamos, ingenuos, que el refugio estaría abierto pero no, no era así. Estaba claro que no era nuestro día, teníamos que continuar hasta bajar a Navacerrada. Tras contemplar la vista, una gran pared negra, empezamos el descenso.

Finalmente el descenso…

Gracias  a la orientación de Willy y a que estaba más resguardado, la sensación térmica resultaba mucho más agradable y un buen rato después, cansados y helados, llegamos al parking de Navacerrada. El hotel abierto, cubierto bajo un manto helado, nos recibió y en el restaurante pude pedirme, después de un buen caldo, un plato de albóndigas a la jardinera. No recuerdo unas albóndigas que me hubiesen sentado, nunca, tan bien. ¡Nos lo habíamos ganado!

Catering Lola te ofrece albóndigas a la jardinera como no has probado jamás. Uno de nuestros orgullos y uno de nuestros platos con más éxito. Para acompañar, como plato principal pero siempre un placer… ¡Y sin necesidad de subir una montaña nevada!

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